jueves, 31 de marzo de 2011

Un asesinato piadoso (José María Guelbenzu)

Tratándose de una novela negra, creo que la mejor forma de calificarla es decir que se trata de una novela con claroscuros, y también con más luces que sombras.

Lo más sobresaliente me ha parecido el diseño general y el desarrollo del argumento, pues comienza con un asesinato que al principio parece trivial, claro y casi anécdotico, para luego ir  creciendo y complicándose, como si fuera una especie de bola de nieve, hasta llegar a una dimensiones inesperadas y sorprendentes, aunque quizá, para algunos lectores, demasiado truculentas. Junto a ello tenemos esos momentos en que el estilo de Guelbenzu consigue liberarse de las convenciones de la narración policiaca y asomar en su originalidad. Y esto, como todo el mundo sabe, no es fácil. Un género tan definido como éste obliga al autor a someter su lenguaje a muchas leyes inescapables, como son esos diálogos inquisitivos o esas series de razonamientos que deben ser guiados por la lógica. Por supuesto, Guelbenzu, sigue esas normas, pero en los momentos en que no son necesarias despliega un estilo personal y bien trabajado, con algún prosaísmo menor que desaparece en la belleza del conjunto.

Con otros detalles del argumento y con algunos de los personajes, y con la misma Mariana de Marco he tenido tanto encuentros como desencuentros. Así como el suceso del cobertizo me parece bien enredado y confuso -en el sentido positivo del término-, el asunto del ordenador me parece excesivamente complicado e inverosímil. De la misma manera, la forma de desenmascarar al culpable en el penúltimo capítulo me ha parecido demasiado peliculera, aunque su preparación en uno de los capítulos previos ha sido también presentada con gran habilidad y una muy apropiada ambigüedad. El capítulo del sueño o pesadilla de Mariana ha sido también otra agradable y original sorpresa, así como esos diálogos de Mariana con la niña, que a la vez ocultan y revelan el misterio.

El coro de personajes secundarios en general funciona bien, tanto los posibles sospechosos como los ayudantes, en especial ese detective Alameda, que da la impresión de moverse con hilos propios y no a merced ni del narrador ni de la juez. Igualmente son redondos los diálogos y la figura de con Carmen, la antigua secretaria de Mariana. Menos me han convencido los 'amantes' de la juez, que parecen meros comparsas para poder ahondar en la psicología de esta. 


En cuanto a Mariana, esta cabe dentro del grupo del los típico detective de la novela negra, comprometidos y competentes en su trabajo, pero con una vida personal inestable o conflictiva. Mariana se muestra al mismo tiempo ágil y falible en su tarea, lo cual la hace más verosímil, pero creo que innecesariamente desorientada en su vida personal. En este caso, unas veces aparece firme y decidida, otras perdida, otras veces es una especie de femme fatale y otras parece más bien una  acomplejada ninfómana moviéndose alrededor de un vacío que no sé si es ella o el narrador quienes no saben llenar. Puede tratarse de un recurso para mantener a Mariana en esa casilla del detective problemático, pero también de haber llegado a un punto donde esta vida privada tan maleable puede acabar convirtiéndose en un comodín de quita y pon para cada novela protagonizada por ella. Y, la verdad, creo que Guelbenzu, tiene recursos suficientes para evitar esto último.

En resumen, una novela para pasar un buen rato -la intriga está bien conseguida- y ver cómo la habilidad personal de su autor sobresale por encima de las convenciones del género. Pero también es una novela que leída con un poco más de cuidado y exigencia presenta fracturas que no debería. En cualquier caso y a pesar de que no me haya convencido por completo, aquí no voy a revelar el nombre del culpable, como hice al comentar en el blog El premio, de Vázquez Montalbán. (José María Guelbenzu: Un asesinato piadoso. Madrid: Alfaguara, 2008, 380 pp.).



viernes, 25 de marzo de 2011

Churros, bestsellers e Ikea

Quienes vais siguiendo este modesto blog os habréis dado cuenta que normalmente muestro cierto recelo hacia los bestsellers. Reconozco que muchos de ellos pueden ser entretenidos, pero la experiencia también me dice que  en general no están bien escritos y no resisten un análisis crítico medianamente profundo. Por otro lado obedecen demasiado a los gustos concretos de la época y a los intereses del mercado, y a veces hasta parecen hechos en serie, como si fueran churros.

Esto último me lo ha venido a confirmar la ojeada que he echado al libro de Albert Zuckerman Writing the Blockbuster Novel, cuya traducción al castellano es Cómo escribir un bestseller  (Barcelona: Grijalbo, 1996). No he leído la versión española  pero en la original el libro se divide en doce capítulos, muchos de cuyos títulos recuerdan a un manual de montaje de una mesa o de un armario.Traduzco algunos de esos títulos: cómo estrechar las relaciones entre los personajes, preparación de escenas, las escenas grandiosas, enredando los hilos de la trama, cómo mantener el ritmo de la narración....

Es obvio que estos títulos guardan un escandaloso parecido con algunos manuales técnicos o mecánicos, algo así como: cómo comprobar el nivel de aceite del coche, cómo hacer que la repisa de tu cocina parezca más limpia, etc., etc... Obviamente no son consejos negativos, pero al leerlos a uno le da más la sensación de estar oyendo hablar a un vendedor de Ikea que a un escritor.

Con el tiempo -si no existe ya- no creo que tarde en aparecer un programa informático para escribir bestsellers, donde el programa te dé las diferentes variables y tú sólo tengas que rellenar los huecos correspondientes con los nombres de los personajes, las ciudades, el título, los sinónimos del diccionario que vendrá incorporado al programa, etc..., etc. 

Y es que al final todos o casi todos los bestsellers tienen un destino muy semejante. Si no están bien escritos, desaparecen en las aguas del olvido y quedan sólo como piezas de interés arqueológico. Si están bien escritos, son originales y tienen verdadera humanidad pueden convertirse en clásicos y pasar a la envidiable lista de long-sellers, de libros como El Quijote, Macbeth, etc.

Resumiendo, y sin demonizar a nadie, los bestsellers pueden ser entretenidos, pero pocas veces prestan un servicio a la literatura y, lo que es peor, al lector, a no ser que a este le sirvan como motivación para arribar a la literatura de verdad. Los bestsellers deben verse como punto de partida y no como punto de llegada. Y esto, por cierto, parece que lo cumplen bien. Son ya bastantes los alumnos y amigos que han acabado aterrizando en los clásicos a través de los superventas.

(Hablando de programas informáticos para escribir literatura... algunos ya lo están intentando con la poesía... Ver este enlace).

sábado, 19 de marzo de 2011

Paraíso inhabitado (Ana María Matute)

No soy un especialista en la materia pero creo que esta novela cabe dentro de las llamadas de 'despedida de la infancia'. Por pertenecer a un subgénero concreto se mueve dentro de unos tópicos habituales, como en este caso son la presencia de un mundo adulto próximo y amenazante, la aparición de personajes secundarios que ayudan a Adriana, la protagonista, a sobrellevar ese destierrro, y también de otros niños/as que hacen que esa infancia sea a veces un paraíso y a veces otro pequeño infierno. Hasta aquí, Paraíso inhabitado no parece tener mucho de singular.

 Y sin embargo esta es una narración original, con un personaje principal redondo y muy bien caracterizado y cuyas circunstancias  son también muy singulares. Quizá lo mejor ha sido la habilidad de la narradora para crear ese mundo aislado, ese paraíso inhabitado en que se mueve la niña, un mundo que consiste de lecturas, juegos, escondites, y también una infantil historia de amor. Y es también un paraíso constantemente amenazado, con ese Unicornio simbólico que aparece y desaparece con cada vaivén emocional de la niña y de la historia.   

Paraíso inhabitado
es también una novela de contrapuntos, donde alternan los momentos felices de la protagonista con los de sufrimiento, donde esa niña es una veces la víctima y otras veces el verdugo, como, por otro lado, pueden serlo a veces los/as niños/as. De todas formas me ha parecido que la autora carga un poco la mano en este último aspecto. Y es también una novela con final triste, donde esa traumática despedida de la infancia corre paralela con la Guerra Civil española cuya presencia va creciendo en los capítulos finales y que conlleva igualmente la descomposición total de la familia de Adriana, que había empezado desde la terrible frase inicial de la novela ("Nací cuando mis padres ya no se querían").

La acción se narra en primera persona, como si la autora estuviera reviviendo sus primeros años, y de hecho algunos de los episodios son realmente autobiográficos. Está organizada por capítulos pero la acción progresa en una sucesión de anécdotas que discurren con fluidez y naturalidad y, salvo en el capítulo final, en orden lineal y cronológico. Por otra parte, esas anécdotas y situaciones son variadas y nada monótonas,  mostrando progresivamente facetas nuevas de Adriana, de Gavrila -su 'novio'-,  o de personajes tan entrañables como Teo, Tata María o Isabel. La lectura en este sentido es fácil y llevadera, pero -repito- el lector debe estar preparado para sentirse  un poco incómodo con Adriana, que es, sí, una víctima, pero por momentos también cruel y 'mala', como a ella misma le gusta definirse.

El lenguaje tiene los logros habituales de Matute. No es recargado, e incluso a veces puede decirse que un poco prosaico o demasiado espontáneo, pero en él abundan y surgen de forma continua y natural esas expresiones y comparaciones al mismo tiempo sencillas y poéticas, como si escribir combinando esas habilidades fuera algo natural y sin esfuerzo.  También en este sentido la novela se lee fácilmente y permite disfrutar un idioma; el estilo  no suena a frases hechas ni a clichés artificiales y forzados, y más bien parece algo vivo y que sabe encontrarse a sí mismo.


A los lectores interesados en Paraíso inhabitado  les puede resultar útil la entrevista que  le hicieron a la autora en la revista Leer (Marzo 2009, pp. 38-40). Entre otras cosas comentaba  lo que autobiográfico contenía  la novela, que es mucho, y que por eso quizá haya acabado produciendo una historia tan intensa y cercana.


En resumen, una novela de gran calidad, que gustará especialmente a los aficionados a éste subgénero pero que quizá llegue también a incomodar a algunos por la crueldad que con relativa frecuencia asoma en sus páginas. (Ana María Matute: Paraíso inhabitado, Barcelona: Destino, 2010, 395 pp.).




jueves, 17 de marzo de 2011

De Ratzinger a Benedicto XVI pasando por 'El País'


En la España de los ochenta solía yo leer de vez en cuando algunas secciones de El País, especialmente las de cultura y sociedad, pues la política ya entonces me daba cortocicuitos y migrañas. Y no dejaba de llamarme la atención la demonización continua que el periódico hacía del entonces Prefecto para la Congregación de la Fe, el cardenal Ratzinger, que siempre aparecía en fotos con cara de pocos amigos, subtítulos alusivos a la Inquisición y clarificando o condenando o alguna idea o posición secular o religiosa implícita o explícitamente bendecida por el periódico. Hasta que hubo un momento en que tanta maldad acumulada en una sola persona empezó a parecerme extraña. Poco a poco había ido formándose en mí una imagen del cardenal equivalente a la de un segundo Hitler, un segundo Stalin o algo parecido. Y la verdad empecé a sospechar que en este caso no era carbón todo lo que relucía. Al menos por la sencilla razón de que todos los hombres y mujeres tienen algo bueno escondido por alguna parte, y que, como en literatura, los personajes planos son los menos reales.


     Así que seguí alimentando mis sospechas y di el paso heroico para un lector de El País: ir a la fuente yo mismo y desconfiar del pontificado de la redacción. Al fin y al cabo por entonces estaba empezando mi tesis doctoral en crítica literaria y una de las ideas básicas que nos repetían los profesores —muchos de ellos lectores de El País— era la de comenzar por la consulta personal de las fuentes primarias, sin intermediarios de ningún tipo. En otras palabras, ya que viajar a Roma y conseguir una audiencia con el cardenal me parecía inviable, me hice con uno de los libros más denostados por el magisterio del periódico, el Informe sobre la fe, una larga entrevista de Vittorio Messori al cardenal. Y lo que encontré allí no fue sino una cabeza objetiva y brillante, un razonamiento frío, articulado y lógico, pero a la vez humano, y una personalidad nada agresiva ni autoritaria, nada amiga de estereotipos, realista, y también paciente y sencillamente abierta al diálogo. Y una visión de la Iglesia completa y bien redondeada, donde se distinguía entre las limitaciones humanas de sus integrantes y la misión especial de la misma. También recuerdo sobre todo algunas de las semiprofecías que se han ido cumpliendo: secularización progresiva de Europa pero crecimiento del cristianismo a nivel mundial, globalización y simplicación de las ideas, relativismo moral, etc.


     Tanto me impresionó el libro que empecé a leer a Ratzinger con más frecuencia que El País y a concluir definitivamente que ni la persona que escribía así podía ser un ogro ni lo que decía podía venir de una mente dominada por la manía persecutoria, características éstas que empezaba a ver más propias del periódico y todo su aparato. Siguieron más lecturas de sus libros y entrevistas (Cooperadores de la VerdadLa sal de la tierraDios y el mundo, etc.) e incluso visitas y descargas de la página de internet de sus fans, y concluí que no estaría nada mal que sus libros se convirtiesen en best-sellers. Este "sueño literario" se hizo realidad tras su elección como Papa, pues sus libros se empezaron a vender como pan caliente, a ser codiciados por los agentes literarios como cualquier novela de Stephen King y alguno de ellos, como su Jesús de Nazaret, a ocupar el número uno de las listas (no he podido comprobar si El País ha admitido esto). Y también me parece que al pasar al primer plano que antes ocupaba Juan Pablo II, ha quedado claro que su carácter es más el de un manso y sabio padre de la Iglesia que el de un loco cazador de brujas. No sé qué habrán hecho con aquella imagen anterior en los archivos de El País, y presumo que quizá, como en la orwelliana 1984, andarán ahora retocando y ajustando los artículos y las fotos referidos al papa-cardenal, para que la Historia no les saque los colores.

        He de decir que ya apenas leo El País, y que por ello he experimentado un poco eso de «La verdad os hará libres». Y creo también que mis antiguos profesores y ahora colegas habrán aplaudido mi recurso a las fuentes primarias.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Adiós a Josefina Aldecoa

Como quizá sepáis, hoy ha muerto Josefina Aldecoa, cuya Historia de una maestra comenté aquí hace unos meses. En general los aspectos técnicos de la novela me convencieron bastante, aunque no así los referidos al contenido y a la carga ideológica. Como digo en la reseña, me gustó bastante más A ninguna parte, su colección de cuentos reeditada hace unos años por Menoscuarto, y ese libro sí que lo recomiendo sin reservas (La reseña de Historia de una maestra aquí).




lunes, 14 de marzo de 2011

Cuentos Completos (Manuel Machado)

Hace ya tiempo que no dedico una entrada a libros de amigos/as y colegas, así que aquí va esta. Para quienes no lo conozcan, les recomiendo la lectura de los cuentos completos de Manuel Machado, gran poeta y gran prosista, injustamente valorado siempre a la vera de su hermano Antonio. Los dos son buenos, pero diferentes. Es como comparar una  buena pera con una buena manzana, o algo así. El libro lo leí por mis aficiones modernistas y bohemias, y también para preparar uno de mis trabajos sobre literatura fantástica. Por todo ello me sigo acordando de "La última balada de Óscar Wilde", uno de los mejores relatos de la colección, sin desmerecer a los demás. Recomendado para bohemios, escritores triunfales y escritores frustrados, amigos de causas perdidas y amantes de cuentos líricos. Rafael Alarcón Sierra, el compilador, es quizá el mayor especialista actual en la obra de M. Machado, la cual también ha tratado de recuperar completa para bien de la historia y la justicia literaria.  Reproduzco la contraportada del libro, que suscribo con gusto:

"Manuel Machado (1874-1947), además de ser un magnífico poeta, fue también un extraordinario prosista y, concretamente, un estupendo escritor de relatos (...) Clan Editorial ha reunido por primera vez  en estos Cuentos Completos  las narraciones publicadas por el autor sevillano con el título de El amor y la muerte, que no habían sido reeditadas  íntegramente desde  la fecha de su publicación, 1913, más un apéndice de cuentos que nunca antes había sido recogido en libro. Esta es, por tanto, una ocasión espléndida para conocer  uno de los mejores exponentes de nuestra narrativa modernista, convertida gracias a la pluma de  su autor en una joya de de la literatura española" (Manuel Machado: Cuentos Completos. Ed. Rafael Alarcón Sierra. Madrid: Clan Editorial, 1999, 198 pp.).

jueves, 10 de marzo de 2011

Otra novela sobre la Guerra Civil... ¿Otra?

Justo un par de días después de publicar la reseña de La forma de la noche, de Juan Pedro Aparicio, me llegó la edición de bolsillo de Riña de gatos, otra novela sobre la Guerra Civil, con la que Eduardo Mendoza ganó el Planeta del año pasado. El número de diciembre de la revista Leer viene con una entrevista a Mendoza sobre la novela y sobre el premio. De esa entrevista selecciono lo siguiente:

Leer: "Reconozco que leí su novela con cierta prevención: otra sobre la Guerra Civil en momentos en que el favor al consumidor tiene como consecuencia cierto abandono de la literatura. Y reconozco que me llevé una grata sorpresa. Pero... ¿sigue siendo un buen reclamo el asunto de la Guerra? ¿No hay cierta saturación?"


E. Mendoza: "Las dos cosas. Yo no puedo leer una novela más sobre la Guerra Civil, sobre la Guerra Mundial, sobre los nazis, sobre el Holocausto y, sin embargo, necesitamos contarnos esta historia una y otra vez porque todavía no la podemos enterrar. Hay temas del siglo XX que nos están comiendo por dentro." (Leer, diciembre 2010, p. 143). 


En este caso coincido con Mendoza, especialmente porque que cada vez me cansan más las novelas sobre la Guerra Civil y temas adláteres. Por eso puede que acabe retrasando la lectura de Riña de gatos y también la de Inés y la alegría, de Almudena Grandes, que he ido postergando semana tras semana. Y es que es probable que para los lectores más jóvenes o para las próximas generaciones muchas de estas novelas pasen al género de novela histórica o sean vistas como simplificadoras y maniqueas, para bien de todos. Por eso prefiero leerlas guardando las distancias.

domingo, 6 de marzo de 2011

La forma de la noche (Juan Pedro Aparicio)

Dentro de las novelas acerca de la Guerra Civil que he leído hasta ahora, me ha parecido bastante original e interesante, aunque no me ha acabado de llenar.

M
e ha parecido original sobre todo por ese comienzo medio simbólico, medio onírico y medio real en que los tigres de un nada casualmente llamado llamado Franconi circo se escapan de sus jaulas y crean en la región minera de Asturias un clima de terror y alucinación, de rumores y delirios que se extiende a toda la narración y que es un símbolo muy apropiado para el ambiente de cualquier guerra. El autor aprovecha muy bien ese recurso y logra crear un mundo de nebulosa certidumbre acerca de todo lo que está ocurriendo. Por ello la narración no suele presentarse a través de un narrador objetivo y frío que va mostrando las acciones de forma ordenada y clara. La voz narrativa es más bien impresionista, es decir, que selecciona los momentos y los puntos de vista que cree más esenciales y que casi siempre tienen que ver con las peripecias y estados de ánimo de las personas y los personajes. Los decorados y las descripciones quedan muy en un segundo plano, y tampoco se echan de menos. Al mismo tiempo, ese impresionismo está moderado por el respeto del narrador a la linealidad cronológica, y así el libro no  incluye un excesivo número de retrocesos en el tiempo ni otros recursos que oscurezcan innecesariamente la lectura. De todas formas sí creo que a los lectores que prefieren las narraciones más simples y valoran sobre todo la claridad argumental, este libro puede resultarles más o menos costoso, principalmente porque en ocasiones esa vaguedad les parecerá excesiva, al igual que el número de personajes que aparecen y desaparecen continuamente, con cambios de identidad incluidos.

T
ambién me ha gustado el enfoque que la novela da al conflicto bélico. No cabe duda que los héroes pertenecen sólo a uno de los bandos, que a veces puede aparecer también demasiado idealizado y que también es el único centro de atención del narrador. Pero no es tampoco una clasificación simplista y completamente maniquea. En los dos bandos hay justos y pecadores, buenos y malos, víctimas y verdugos. En el centro de todo ello, las figuras de Chacho y Blanca, con familias que militan en bandos opuestos, con una historia de amor más o menos original y cuya idealización puede -por el lado bueno- hacer de ellos y de toda la novela un símbolo de lo que pudo ser la Guerra y de lo que pudo ser España en esas fechas, pero también -por el lado negativo- unas figuras que desentonan demasiado del resto. Cada uno a su manera y especialmente en el caso de de Chacho ambos se convierten en héroes un poco etéreos  y arquetípicos. La idealización de Blanca es un poco menor pero podría habérsele sacado mucho más partido una vez que su marido, Orencio, regresa del frente y ella queda dividida entre este y Chacho. 

Por todo ello, no me encaja tampoco el final feliz que elige el autor para concluir esta historia. Por un lado no consigue más que alejar a Chacho y Blanca del resto de los personajes, y por otro convertir una historia que se había mantenido muy bien en el nivel de lo onírico y lo impresionista en una novela con un final tópico de historieta de aventuras.


En su favor hay que decir tambi
én que el lenguaje y el manejo de los recursos retóricos aparecen siempre bajo control, en un tono de naturalidad y seguridad completa, y también de apropiada oportunidad, muy adecuados al tono narrativo que se ha elegido para contar la historia. Al final, una novela que puede merecer la pena leer si al lector no le importa una complejidad técnica moderada y vivir en un mundo de personajes que en su mayoría pueden ser reales pero que a veces resultan demasiado perfectos. (Juan Pedro Aparicio: La forma de la noche: Madrid. Alfaguara, 1994, 285 pp.).


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