domingo, 20 de mayo de 2012

Antonio Orejudo y los excrementos (con perdón) ('Ventajas de viajar en tren')

He decidido leer algo de Antonio Orejudo después de ver algunos comentarios positivos en varios blogs literarios. Por curiosidad y un poco también por razones prácticas he elegido Ventajas de viajar en tren, cuya primera edición apareció en Alfaguara en el 2000,  y la segunda la reeditó Tusquets el año pasado.  La edición que he manejado ha sido la de Alfaguara, de 149 páginas. El nombre del autor en la primera edición viene con los dos apellidos (Antonio Orejudo Utrilla) pero en la de Tusquets se ha eliminado el segundo apellido; cuestión de fama, me imagino, que hace que nos olvidemos de nuestra madre. 
     Como veis la ilustración de la portada tiene un tren al fondo y un escritor sobre una mesa de trabajo que acoge un montón de bolsas de basura. La contraportada explica  el porqué de esas bolsas, y algo más de todo el 'mal olor' que se 'desprende' del libro. Lo lanzaron al mercado con las siguientes preguntas:

"
¿Adónde van a parar nuestras basuras? ¿Puede alguien quedarse ensimismado ante sus propios excrementos? ¿Sería rentable la publicidad en las páginas de una novela? 'Llegará el simulacro a sustituir al acontecimiento? ¿Te crees todo lo que te cuentan?"

   La verdad es que nunca me había planteado las dos primeras y existenciales interrrogantes y me alegro enormemente que alguien me ayude a resolverlas. Ya se ve que eso de que el arte y la literatura dan respuestas a nuestras preguntas más profundas no parece haber tocado fondo.  Con lo que no estoy de acuerdo es con una de las frases que quiere servir de síntesis de todo el libro. La cito para que veáis por qué. Yo por lo menos no pienso así de mí mismo, y me imagino que tampoco esa es la idea que Orejudo tiene de él mismo. Ahí va, lo siento:

"
Los cándidos humanistas han creído siempre que podíamos acceder al alma humana a través del trato cálido y la amable conversación entre personas, pero la verdadera esencia del hombre está en la mierda, en esa materia despreciable que creemos bajar por una tubería anónima y sumergirse con un ruido líquido en las aguas fecales de las alcantarillas" (p. 144). 

¿Alguien quiere aventurar alguna respuesta para esas dos primeras preguntas?
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