sábado, 16 de junio de 2012

Vampiros de carne y hueso (Adelaida García Morales: "La lógica del vampiro")

Es esta una novela que recuerda bastante a El silencio de  las sirenas. Como en aquella, aquí la protagonista y narradora se ve arrastrada a llegar y vivir en un ambiente y con otros personajes que provocan en ella una sensación de extrañeza y enajenación que poco a poco va evolucionando hacia la inmersión más o menos tensa en esos nuevos mundos. Y es esto quizá lo único que quepa achacar a la narración, su, a mi juicio, excesiva cercanía con el argumento y las técnicas narrativas de la anterior novela. (Como hasta ahora no he leído más obras de la autora me queda la duda de saber si esto se trata de un recurso demasiado frecuente en la autora o si García Morales sabe también llegar a más mundos y generar más voces y más perspectivas).

     Pero, como en El silencio de las sirenas, aquí también hay que reconocer que esa voz narrativa, ese ambiente de incertidumbre y misterio y ese personaje protagonista lleno de agonías y dudas y de una irresistible atracción hacia la bruma, están magistralmente conseguidos. El desencadenante (la posible muerte del hermano de la narradora) aquí es un acontecimiento presentado de forma tan incierta e intrigante como posible, y el mundo de llegada (la ciudad de Sevilla y algunas poblaciones de alrededor)  proporcionan un soporte físico y espacial igualmente sólido y creíble. Por eso la parte del argumento que a menudo roza lo sobrenatural o lo fantástico no llega nunca a perder la verosimilitud; a esto también ayuda la normalidad de esos nombres (Diego, Pablo, Félix, Teresa, Sonia) que gravitan en torno a Alfonso, el vampiro de quien nunca sabemos en qué orden vive y qué es lo que realmente llega a esconder. El final de la novela, donde la protagonista simultáneamente cae y escapa de las redes de Alfonso, insiste a la vez en esas capacidades del vampiro pero al mismo tiempo evitan que la novela revele la verdadera identidad de este. Con la partida de la anónima protagonista-narradora no hay necesidad de aclarar el enigma, que se deja a su propia fortuna, y el lector se alegra de que la protagonista salga herida pero victoriosa de ese mundo. No es un final desesperanzado pero tampoco desmiente la posibilidad real de lo que ella ha dejado atrás.

    Lo mismo puede decirse del tono y el estilo de la novela. La narración se centra sobre todo en la vivencia interior de la protagonista, que narra todo en forma autobiográfica, manteniendo un tono uniforme pero no monótono, y utilizando descripciones y diálogos de forma conveniente, con una clara tendencia a la concisión y a la huida de todo aquello que resulte  superfluo o innecesario.  Quizá por aquí también se le pueda achacar a la novela que al final esa concentración en una única anécdota y su carácter más bien centrípeto o convergente hacen de este relato más bien un cuento largo que una novela propiamente dicha. Pero creo que la intrínseca calidad de la misma justifica una lectura positiva de lo que decía  Borges acerca de los cuentos, que eran novelas sin ripios. Usando esa frase del argentino, creo que La lógica del vampiro no sólo no tiene ripios  sino que también deja claro que estos no se necesitan cuando la historia que se cuenta tiene de por sí los suficientes ingredientes de intriga y tensión y se sabe contar con un estilo y en un tono que parecen corresponderle como por naturaleza.

    Al final, por tanto, una buena novela en sí misma, en todos los niveles, que solo defraudará –no mucho– a aquellos lectores que la lean a la luz de El silencio de las sirenas. En cualquier caso, creo que la lectura de una de estas dos novelas sigue siendo necesaria para conocer una de las voces más personales de la narrativa española contemporánea. (Adelaida García Morales: La lógica del vampiro. Barcelona: Anagrama, 1990, 189 pp.).



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