sábado, 30 de noviembre de 2013

Ana María Matute: “Todos mis cuentos”



No estoy muy seguro de que el título de este libro sea el más apropiado y de que no se trate de (¿sorpresa?) una estrategia comercial. Y es que aquí no se incluye ninguna narración de Historias de la Artámila, y por el contrario sí se da cabida a “El polizón del Ulises”, que ganó el premio Lazarillo en 1965 a la mejor novela juvenil. Creo que la editorial debería haber hecho alguna aclaración al respecto, pues al final el lector va de sorpresa en sorpresa, leyendo como cuentos relatos que parecen o son novelas y echando de menos otras narraciones cortas que deberían haberse incluido en un volumen titulado precisamente “Todos mis cuentos”.

         A pesar de estos inconvenientes, no deja de ser un libro de lectura obligatoria, sobre todo por obras maestras como “El polizón del Ulises” y “Sólo un pie descalzo”, que son los relatos donde más claro aparece ese intento habitual de la autora de recuperar una infancia que es al mismo tiempo un paraíso distinto al del mundo adulto, pero tampoco ajeno al sufrimiento y a la zozobra. Otro grupo de cuentos como “El saltamontes verde”, “El aprendiz” o “El verdadero final de la Bella Durmiente” entran más de lleno en los modelos de los cuentos infantiles clásicos o reescritos por adultos pero no dejan  de tener un peso y una hondura de fondo superior a los cuentos más propiamente folklóricos.


        Aunque por momentos puede dar la impresión de que Matute repite argumentos y tonos, la verdad es que más bien nos encontramos ante un mundo único con historias siempre diferentes, cada una con la suficiente originalidad como para superar una monotonía de conjunto. Es difícil, por ejemplo, identificar a esos personajes con estereotipos concretos o adivinar finales felices o infelices tópicos o manoseados. Matute parece encontrarse muy a gusto en ese mundo, conocerlo muy bien y tener simplemente el deseo de contar las historias individuales que le dan consistencia. Por eso, a veces, el estilo y los recursos lingüísticos no aparecen como una prioridad y de vez en cuando se escapa algún prosaísmo o algún anacoluto, pero esto no deja de aparecer como un pequeño defecto en historias que tienen su propia vida, estén más o menos cargadas de realismo y fantasía. Así cada cuento tiene siempre sus propios giros y sus propias sorpresas, para formar al final una serie de escenas únicas de un gran mosaico.

     La muy diversa extensión de los relatos también puede hacer un poco difícil o desorientadora su lectura, y quizá también el diferente tono de los cuentos, que oscilan entre lo propiamente maravilloso y lo más lírico-realista. Por eso quizá el libro no guste a los lectores que vayan buscando sólo cuentos o sólo novelas, sino a los aficionados a la narrativa en general y a esa habilidad de Ana María Matute para seguir descubriendo nuevas historias en un mundo que para otros escritores habría quedado agotado hace tiempo.  (Ana María Matute: Todos mis cuentos. Barcelona. Debolsillo, 2011, 441 pp.).



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