lunes, 20 de enero de 2014

Belén Gopegui: Acceso no autorizado

Acceso no autorizado,
un frustrado intento
de originalidad
Ésta es la cuarta novela de Belén Gopegui que me leo y poco tengo que decir que no haya dicho al respecto de las dos últimas (La conquista del aire, Deseo de ser punk). Como en esas dos, aquí Gopegui vuelve a mostrar que es una escritora inteligente y llena de recursos, tanto estilísticos como de composición argumental pero, al mismo tiempo, que sigue encerrada en unos parámetros que le impiden pensar y escribir "outside the box", como dirían los americanos.

    El lenguaje vuelve a deslumbrar en algunos momentos, sobre todo en los más líricos y en los párrafos o diálogos menos ligados a la reciente historia de España. Realmente recuerdo pocos escritores actuales que en este sentido me entusiasmen tanto como Gopegui. Al contrario que otros muchos, en esos casos su lenguaje suena siempre a nuevo y al mismo tiempo indeleble.  Menos afortunados y más tópicos son aquéllos en que Gopegui  presta su voz al narrador o a los personajes para que éstos opinen sobre las vicisitudes de la política española; en esos momentos el estilo no se despega de la retórica típica de este discurso y se convierte en algo prosaico y panfletario.  Hay que añadir también que la carga de thriller-bestseller de esta novela hace que también algunos momentos ese lenguaje responda a algunos tópicos del mismo tono y suene a algo prefabricado o de molde.

        El argumento está organizado también al modo de un thriller pero con algunas originalidades o modos que, al menos, no conocía hasta ahora y que lo elevan por encima de lo que es habitual en los bestsellers más típicos.  Me refiero sobre todo a la estrategia del contrapunto de la primera parte, con unos vaivenes en el tiempo que me parecen bastante conseguidos. En la segunda y la tercera parte  esos vaivenes desaparecen (para bien), pero no la tensión, que va creciendo hasta llegar al clímax final, como es normal en este género. En esto Acceso no autorizado se parece demasiado a Deseo de ser punk, pues las dos acaban con un clímax que consiste en la emisión al público de un mensaje reivindicativo y de denuncia.  También me ha interesado su habilidad para captar con gran competencia el mundo de los hackers y la terminología cibernética. Visto desde este lado, sin embargo, es donde al mismo tiempo la novela es más tópica; es decir, se convierte en el fondo en una lucha de buenos y malos en un mundo de habilidades informáticas que no sería muy diferente de una mediana película o  -lo que es peor- de una novela como La fortaleza digital, de Dan Brown.

    El mérito en este sentido puede haber sido el ensamblar eso relativamente bien con algunos personajes en clave de la política española, como esa vicepresidenta-heroína Julia Torres-Teresa Fernández de la Vega u otros de la nueva o vieja guardia del PSOE. Pero ahí también entran sus debilidades. Realmente no me parece que al final ese vaivén de lo histórico a lo ficticio acabe dando  lugar a una novela redonda. Sus observaciones políticas suenan demasiado a realidad periodística o a conversación de mítin y quedan demasiado lejos de lo más propiamente literario.  Y al final hacen que Acceso no autorizado pueda reducirse a una simple novela de denuncia política con personajes maniqueos, héroes y heroínas al modo más típico, donde los buenos se identifican únicamente con los ideales de Gopegui. Y así, lo que podría haber sido un original bestseller y una gran novela acerca del derecho a la intimidad y de las ventajas y desventajas de la globalización digital se nos queda en un simple cartel electoral. Una pena.

    Pero quizá el mayor problema es un poco más profundo. Gopegui parece seguir su batalla personal contra lo que ella considera la traición del PSOE a la democracia y pensando que la culpa de todo está en el aparato político. Creo realmente que hay que ser ingenuo para pensar que después de tantos fracasos el socialismo más comunista puede arreglar el mundo (uno podría preguntar a sus amigos exiliados cubanos, a las víctimas de los gulags o de los jemeres rojos, etc).  Y lo que Gopegui  propone de las acciones políticas de base se me queda igual. Al final eso deviene en partidos que siguen siendo un mal necesario pero que deberían quedar supeditados a las iniciativas de las instituciones intermedias, como pueden ser la familia, las ONGs, o las asociaciones culturales. Gopegui sigue pensando que la solución a los problemas pasa por los políticos; yo pienso que la iniciativa debe pasar primero por los ciudadanos y los políticos deben intervenir lo menos posible. Un país con buenos políticos pero malos ciudadanos no puede funcionar; la situación inversa, por el contrario, me parece completamente viable. (Belén Gopegui: Acceso no autorizado. Barcelona: Mondadori, 2011, 314 pp.).






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