miércoles, 30 de julio de 2014

Elogio de Joker y clamor por El Cid

 Cuentan El Cantar del Mío Cid y la película de Charlton Heston y Sofía Loren que Rodrigo de Vivar ganó una de sus principales batallas después de muerto, consiguiendo que los almorávides levantaran el sitio de Valencia. Algo parecido he pensado acerca de Joker al ver -casi entera- la tercera entrega de Batman (The Dark Knight Rises). 

En el momento en que Bane y sus mercenarios liberan a todos los presos que Batman y Gordon habían puesto entre rejas reaparece Scarecrow, el villano del primer Batman (Batman Begins), pero no Joker, el villano del segundo Batman (The Dark Knight). ¿Por qué? Bueno, me imagino que aparte de un posible respetuoso homenaje a Heath Ledger, el tristemente suicida actor que interpretó a Joker, es que la malicia y el ingenio de Joker es superior al de cualquier otro villano. 

Haberle dejado suelto implicaría sencillamente otra película para él sólo, para para ver cómo Batman puede anularlo de nuevo, algo que ni Bane, ni Scarecrow ni Ra's al Gul llegan a merecer.  En otras palabras Joker, como El Cid, vuelve a ganar otra batalla después de muerto, escapándose de la cárcel sin que ni la cámara, ni el guionista ni el director quieran o puedan hacerse cargo de él. 

Lo malo de todo esto es que ahora Joker puede andar suelto. Es lo único que se me ocurre para explicar el caos que se genera todos los días en la vida política. A ver si El Cid también nos salva de ésta. 


viernes, 18 de julio de 2014

Lorenzo Silva: 'Los cuerpos extraños'

Ésta es la tercera novela  que leo de Silva, también, como las otras, de la serie de Vila y Chamorro.  Me ha parecido un poco mejor que La estrategia del agua, pero no tan lograda como El alquimista impaciente.

     En  Los cuerpos extraños, a Silva se le ven ganas e intentos de abrir caminos nuevos a esta serie, bien sean los 'amoress' de Vila con Carolina o dramas secundarios como el que aquí le toca padecer a Chamorro. Sin embargo me parece que estos y otros semejantes, como el caso de la relación de Vila con su hijo, se me quedan al final en meras anécdotas de relleno, que añaden un poco de variedad o incluso humanidad a la novela, pero que realmente no llegan a convertirse en historias con entidad propia. Como justificación puede aducirse que todo ello sea quizá una exigencia literaria del género policiaco, y que contra ello poco hay que hacer; sin embargo, el saber llegar a esos puntos es lo que acaba distinguiendo a esos escritores que son superiores al género que cultivan

       También en lo positivo podría incluirse la buena integración en el argumento de toda la parafernalia tecnológica usada por Vila y su equipo para resolver el caso. Ahí proliferan el uso por buenos y malos de cuentas de correo electrónico, vídeos, sms, wahtsapps, etc, etc. sin las cuales ni la trama en general ni la solución del asesinato en particular hubieran sido posibles.

     Sin embargo, esa omnipresencia tecnológica tiene la contrapartida de reducir el componente  humano o intelectual del argumento. Porque es obvio que cuando a todos los sospechosos se les pueden pinchar los teléfonos, intervenir las cuentas de correo electrónico, de Facebook, etc, al final lo único que tiene que hacer la policía es juntar todas esas piezas y poner el nombre del culpable al final de la ecuación. Algo para lo que quizá no haga falta ser policía. Es cierto que aquí este método no es tan voraz como en La estrategia del agua, donde el pinchazo telefónico solucionaba más de la mitad del caso, pero también es cierto que comparado con El alquimista impaciente (o con otros clásicos de la era prectecnológica: Simenon, Agatha Christie, Conan Doyle), el esfuerzo intelectual de Vila y Chamorro me parece mucho más desvaído y la solución del problema mucho más facilón.

    También creo que perjudican a la novela algunas cortinas de humo demasiado forzadas (como la referida a la suegra de la víctima) o la sensación de que al final, la elaboración de una galería de personajes tan amplia no ha podido evitar que quedar demasiados cabos sueltos o que estos han sido soltados con demasiada ligereza (Antúnez, Carolina, etc.).

     Otros méritos sueltos de Silva me han parecido el personaje de Sandra Valls, el no haberse dejado llevar por el morbo de algunas situaciones  muy propicias a ello y las buenas intenciones de denuncia de la corrupción general que persigue. En este sentido el título, que queda explicado de manera similar a La estrategia del agua y que hace referencia tanto a la víctima de la corrupción como a quienes luchan contra ella, le hace a uno pensar si los incorruptos están/estamos pasando a ser la excepción y nos encontramos en una imparable cuesta abajo. Yo no soy tan pesimista, como comenté al reseñar Crematorio,la novela de Rafael Chirbes, pero tampoco tan ingenuo como para creer que España necesita un rearme moral serio y que los políticos son los más obligados a dar ejemplo. No estaría de más que esos políticos convirtieran esta novela en una lectura obligatoria para todos ellos.

     Tampoco creo que Karen Ortí, la alcaldesa asesinada que aquí se nos quiere poner como ejemplo moral llegue a dar la talla.  No creo, por ejemplo, que poner los cuernos al marido casi una vez a la semana, sea una referencia de lealtad a la palabra dada. Tengo mis teorías  para explicar esta perspectiva de Silva, pero creo que lo comentaré en una entrada independiente. 

     Finalmente, añado que esta vez Silva parece que se ha esforzado más por conseguir un lenguaje más trabajados, una gama de personajes más consistentes y unos diálogos más enteros. Todo esto tiene sus excepciones pero, como tónica general, hacen que
Los cuerpos extraños sea una novela aceptable, aunque no excepcional. Tampoco creo que pueda esperarse más de una novela que se ha escrito, según se dice en las páginas finales, en poco menos de seis meses. (Lorenzo Silva: Los cuerpos extraños. Barcelona: Destino, 2014, 352 pp.).



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jueves, 10 de julio de 2014

Jesús Carrasco: Intemperie

Comencé a leer Intemperie animado por lo que me habían contado de su lenguaje, más original  que lo que acostumbramos a ver en la novela española actual.  Y he de decir que en este sentido me decepcionó un poco, seguramente porque esperaba unos hallazgos al modo de Juegos de la edad tardía, de Landero, y lo que me encontré sobre todo era la recuperación de un léxico rural que ya conocía por experiencia propia (como Carrasco, yo también procedo de ese mundo rural de estepas, ganados, aperos de labranza, castillos y pueblos casi abandonados). De todas formas, aunque Carrasco no llega a ser un Azorín o un Delibes o que a algunos lectores su estilo les acabe pareciendo un poco artificial, también hay que reconocerle ese esfuerzo y esos logros para hacer que su estilo -léxico y sintaxis sobre todo- sea tan protagonista como la historia que nos cuenta -sin quitarle fuerza- y que esta novela haya que ponerla por delante de otras de autores mucho más conformistas o anarcisados.

      Lo que realmente me enganchó fue la historia y la forma de contarla. Carrasco no baja la tensión en ningún momento, y ese lenguaje cuidado y al mismo tiempo sin pedantería, va completamente acorde a la intensidad de la huida del chico, a su relación con el cabrero y sus  escondites y escapadas y desventuras con el alguacil y el tullido. Igualmente, el comienzo de la misma es de esos que dejan la intriga bien sembrada y que ya hacen imposible el abandonar la historia. El progreso y el final de la misma no defrauda, y los momentos climáticos están bien dosificados. La amistad entre el chico y el cabrero tiene también una individualidad que la impedirá convertirse en un tópico, por tratarse de una relación donde ambos personajes funcionan al mismo tiempo conectados y por impulsos propios, imprevisibles, de modo que ni ellos ni el lector llega a anticiparse por completo a sus acciones. En este sentido, la historia es un continuo encuentro con la novedad y lo inesperado, pero, de nuevo, sin efectismos ni pirotecnias extrañas.

        De la misma forma, los interrogantes que el propio lector va haciéndose a lo largo de las páginas, acerca de las causas de la huida del chico, de su familia, del personaje del alguacil, etc., quedan discreta y sobriamente respondidas en su lugar apropiado. Además tampoco las descripciones de los momentos extremos de dolor, soledad, crueldad, padecimientos, etc., caen en el morbo y andan igualmente unidas por un mismo tono que se reparte a lo largo de toda la novela y que el autor sabe mantener muy bien. En este sentido, me parece que el libro no tiene ninguna fisura.

        En una reseña más larga se podría hablar del simbolismo universal de la anécdota y el paisaje, ya que no se menciona ningún lugar concreto ni se da nombre a ningún personaje. También de las referencias religiosas, sobre todo al Nuevo Testamento y a los momentos de la Pasión de Jesucristo, con un continuo mundo en dolor, la cruz de una de las tumbas y esa referencia a un Dios que al final de la historia permite dar un respiro a los personajes, a ese débil bien que ha estado intentando sobreponerse al mal y que casi siempre lo ha conseguido. Creo que esta lectura es la que más le acerca a Cormac McCarthy, tanto en The Road como en No Country for Old Men. 

       Y aquí, una reseña que me ha gustado tanto o más que la mía. El libro mereció el Premio de los libreros, en 2013, y se ha traducido al menos a 15 idiomas, todo ello, a mi juicio, con entera justicia. Ahora sólo hay que esperar que Carrasco no se deje tentar por ninguna oferta editorial que le obligue a publicar un libro cada año y prefiera sacar cada libro cuando esté maduro y pueda considerarse propio y original. (Jesús Carrasco: Intemperie. Barcelona: Seix Barral, 2013, 224 pp.)







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