sábado, 20 de septiembre de 2014

Rosa Montero: La hija del Caníbal

Esta novela la componen lo que podríamos llamar tres bloques argumentales. Por un lado la historia de Lucía y Ramón, éste último misteriosamente desaparecido en los aseos de un aeropuerto y cuya búsqueda por parte de Lucía y dos singulares y espontáneos compañeros serán el hilo de esa primera trama. El desarrollo de la misma se convierte al final en un medio de denuncia contra la corrupción política y social que, desgraciadamente, no es muy distinta a la que podemos encontrar en otro montón de novelas de estos años. Hay algunos giros inesperados ciertamente logrados, pero, la verdad, la historia en sí, considerada dentro del género policiaco, no pasa de ser un tópico más.

    El segundo bloque es la biografía de uno de esos personajes, el ex-anarquista y ex-torero Félix-Fortuna. Su historia se va intercalando entre los capítulos dedicados a la primera aventura, pero la verdad, salvo algunos nudos o cruces interesantes, para el conjunto del libro sobran como las tres cuartas partes de esa biografía. Da la impresión de que Rosa Montero ha querido rendir un homenaje al anarquismo más idealista español, uniendo la vida de Fortuna a la de Durruti. Sin embargo, al final, esta parte me recuerda demasiado a esas novelas en que lo histórico está de relleno y es simplemente un refrito de varios libros de historia, como creo que ocurre en Donde nadie te encuentre, de Alicia Giménez Bartlett, o en Soldadosde Salamina, de Javier Cercas, cuyo segundo capítulo me suena inevitablemente a refrito de tesis doctoral. Lo mismo puede decirse del excursus que Montero dedica al desastre de El Annual.

     La tercera parte, sin duda alguna la más interesante y conseguida, la componen las reflexiones de la narradora acerca de varios temas vitales, como el paso del tiempo, la madurez, el matrimonio, la identidad, el amor, etc. Sin duda alguna creo que es lo que más vida da a la novela, quizá por ser lo más autobiográfico, aunque también es cierto que en ellas abundan algunas observaciones más o menos originales con obvias perogrualldas. El truco del narrador mentiroso o del narrador que menciona al autor (Lucía Romero a Rosa Romero) tiene a ratos su interés y produce alguna que otra sorpresa interesante, pero, por lo repetitivo del recurso en esta misma modalidad o en otras análogas, uno no puede dejar de leerlo con cierto desencanto. (Como ejemplos próximos pueden citarse a Pérez Reverte en El Club Dumas, Javier Marías en Los enamoramientos, Javier Cercas en La velocidad de la luz, y sobre todo, Cervantes en El Quijote). Y mirado por la verosimilitud, no me encaja aquí tampoco que Lucía, en pleno secuestro de su marido, se dedique a flirtear y a erotizar con Adrián, el más joven del trío. Aunque también es cierto que con la trayectoria de amantes y cornamentas que ella lleva a sus espaldas no resulta del todo ilógico.

     El principal problema de la novela es que esos tres componentes encajan si se quiere por el tono personal  de las reflexiones que se intercalan en cada uno de ellos, pero no tanto como historia en sí. La debilidad de la anécdota detectivesca y el refrito historicista de la vida de Félix se quedan técnicamente muy a la zaga de la vida personal de la narradora, que sin duda alguna es lo más original de todo el libro. De todos modos, tampoco esto me parece que sea como para tirar cohetes, sobre todo por la cosmovisión que deja ver Montero y que simplemente no comparto. Me refiero, al punto de llegada de la historia, donde Lucía se muestra feliz en su soledad, después de haber mandado a paseo a su esposo, de haberse desvinculado de Adrián y  de forma un poco distinta de Félix y sus padres. 

    Esa propuesta de la soledad, junto a su visión tan negativa del matrimonio y la maternidad, no me parecen ser la mejor conclusión para una novela que ha procurado ir en dirección contraria, con la biografía redentora de Félix, la solución y denuncia del delito de corrupción, etc. Así presentada, Lucía resulta una figura aislada y asocial, aislada en un mundo que al menos en parte se ha recompuesto y que ha mostrado que está abierto a las mejoras. Que Lucía ahora renuncie a eso no me parece el final más lógico. Cierto es también que el título apunta a otro de los méritos de la novela, es decir, a la idea de que nuestra identidad depende de nuestra filiación, de los vínculos con nuestros padres. Una pena que Montero no haya presentado el matrimonio y la maternidad en consonancia con esta conclusión. Porque creo que a causa de esto, todo el andamiaje ideológico o existencial de la novela se acaba viniendo abajo. (Rosa Montero: La hija del Caníbal. Madrid: Punto de Lectura, 2009, 440 pp.).






  
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